1. Tomar conciencia de dónde estamos.
Vivimos en medio de un erial vocacional, donde ya no se puede pescar con red y, a veces, ni siquiera con caña. ¿Tenemos los instrumentos adecuados? Aspiramos a una “cultura vocacional”, pero lo que reina en verdad es la “incultura” vocacional. Hay que vaciarse de antiguos esquemas y llenarse de iniciativas nuevas.
2. Son un regalo de Dios, pero hay que fomentarlas y recibirlas.
“Las vocaciones, don de la Caridad de Dios” es el tema de este año, pero hay que acogerlas en comunidades concretas: pequeñas o grandes, de viejos o jóvenes, con virtudes y defectos.
3. No solo el lenguaje de los jóvenes, sino la vida de los jóvenes.
Se habla mucho en pastoral juvenil del lenguaje juvenil. Pero, ¿basta solo con hablar su lenguaje? ¿No habrá que ponerse en su lugar, entenderles y, en definitiva, vivir con ellos? Con los que ya están “dentro”, pero sobre todo con la mayoría que están “fuera”: qué piensan, qué hacen, qué música escuchan, por qué redes navegan, cuáles son sus puntos débiles y sus talentos.
4.La radicalidad de una vida evangélica : el ejemplo:
Es el “venid y veréis”. Los carismas, de los que tanto hablamos, no son “entes virtuales” que están en la “nube” de nuestras congregaciones. Tienen que traducirse en testimonio de vida, en ejemplo para que otros lo sigan.
5. Son las comunidades las que fomentan las vocaciones. No las estructuras.
Podemos crear secretariados, coordinadores, agentes y sofisticados planes de pastoral vocacional, pero una incipiente vocación a la Vida Religiosa (VR), como la vida cristiana en general, tiene que vivirse en el seno de una comunidad. Hay que hacer comunidad.
6. El acompañamiento.
Estamos acostumbrados a que el/la joven que se siente llamado a la VR, llame a nuestra puerta y nos busque para conocernos y confirmar sus intuiciones. Pero el verdadero arte del acompañamiento es justo el movimiento contrario: el de ir nosotros en su busca y acompañar su camino vital, sin forzar libertades ni violentar procesos. Comprender, animar y facilitar decisiones… porque, no lo olvidemos, “aquel día se quedaron con él”. No nos eligen a nosotros. Con quien se quedan es con el Señor.
7. El discernimiento.
Una de las causas por las que la Iglesia concede la dispensa a los que abandonan la vida religiosa o sacerdotal es la “falta de discernimiento” en el origen de la vocación o formación. Falta de discernimiento del candidato, pero también del formador. O nos tomamos en serio esta cuestión o plantaremos vocaciones como el que siembra al borde del camino.
8. Las vocaciones misioneras no pueden suplir las nativas.
Si durante décadas hemos defendido las vocaciones nativas cuando nuestros misioneros cruzaban los mares, no podemos ahora resignarnos a contar solo con refuerzos de vocaciones de otros continentes. La primera obligación de los religiosos que vienen de fuera sigue siendo fomentar las vocaciones locales. Solo así el Evangelio volverá a echar raíces en nuestra vieja Europa.
9. Lo que realmente cuenta es la calidad.
El número nos preocupa, pero lo importante es la gracia de Dios y la respuesta humana. Dicen que cambia la tendencia y aumenta tímidamente el número de vocaciones. Si solo nos interesa el número, volveremos a las tentaciones del pasado. Los esquemas de cristiandad desaparecieron para siempre. El número ya no cuenta. Lo fundamental es la calidad humana y cristiana. Podemos llenar aeródromos, pero la llamada se escucha individualmente, uno por uno, lejos del ruido y los focos.
10. La oración:
“Rogad pues”. No lo olvidamos: hablamos de la Jornada de Oración por las Vocaciones. La oración tiene valor y confiamos en ella, tal como nos invita el Señor. Oración, sí, pero también de calidad. Como decía santa Teresa de Jesús: “No está en pensar mucho, sino en amar mucho”.
Maite López Martínez
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