Sentir la llamada de Dios no es algo reservado a los santos, a los religiosos o para unos pocos privilegiados.
Todas las mujeres y hombres somos igual de preciosos a los ojos de Dios. Para todos nosotros tiene una palabra personal. Cada uno según sus capacidades y circunstancias. Cada uno de nosotros formamos parte de su plan de salvación y continuamente nos invita a participar de él.
Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones.
Yo dije: ¡Ah Señor, mira que no se hablar, pues soy un niño!
Y el Señor me respondió: No digas: “Soy un niño”, porque irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor
(Jr 1,5-8)
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